miércoles, septiembre 05, 2007

Diario de a bordo

Por fin, después de un verano movidito, a muchos niveles, me dispongo a relatar la historia del viaje en velero. Llegado el dos de agosto, nos disponemos a realizar la botadura desde el puerto de Denia. Antes, ya hemos llegado tres carros de comida, bebida, y todo tipo de utensilios que a la larga prácticamente ni usaríamos. Pero qué narices, habría que llevarlas por si acaso!. Entre ellas,1 toldo para la playa, que ni llegamos a sacar de la caja, porque el tiempo, entre otras cosas, fue tremendamente malo.

Después de cenar en el puerto de Denia, y haber cargado el barco con todo lo que teníamos, iniciamos la singladura. Dentro del puerto el agua estaba bastante tranquila, pero una vez nos alejamos y empezamos a entrar en el mar, el tiempo se puso mal, más viento del que imaginábamos. Los cubatas de GinTonic ya estaban listos, todos teníamos uno en cada mano... a la media hora, los vasos se quedaron encima de la mesa del puente porque el movimiento del barco era brutal. Antes de una hora ya íbamos todos agarrados, mirándonos con una cara de "madre mía, como todo sea así". El movimiento era ya exagerado, al parecer teníamos marejada, que sí, que queda como muy marinero, pero a efectos prácticos, significa que el mareo es atroz. Al poco rato, llega la primera potada, al rato una segunda. Ya habían caído dos, y a mí me estaba empezando revolver el estómago, seguro que sería el siguiente. Como puedo, me dirijo a la parte de abajo del barco, es imposible acertar en el agujero donde se supone que tienes que mear, con lo que hago un graffiti estupendo dentro del water...de TODO el water, augurio de lo que a los pocos días le pasaría al pobre. El capitán decide volver porque la cosa se está poniendo fea y nosotros verdes. Bueno, excepto César, que a pesar de ir medio ciego, ayuda al capitán con las cuerdas y trayéndonos pastillas para el mareo, el enfermero ya ha sido seleccionado.




En la foto, dos cosas, el proceloso mar e Ibiza al fondo

Vuelta a Moraira. A pocos kilómetros de donde habíamos salido. Después de todo el mareo tan sólo habíamos avanzado un 20% del trayecto, a mí me habían parecido cinco horas de viaje en medio de una tormenta asiática... fondeamos a eso de las cinco y pico de la mañana.

La mañana siguiente, ya con mejor tiempo, y mejor ánimo, nos dedicamos al buceo. Tan pronto entre en el agua, mi snorkel se fue al fondo. Si, acabadito de comprar en Decathlon. A quién coño se le ocurre hacer un snorkel de plomo?!?!... por suerte hay otro tubo en el barco el cual me apropio. Allí está, mi primer snorkel a 6 m de profundidad, inaccesible, con una vida útil de tres segundos... en estos momentos debe de andar encallado en el ancla de algún pedazo de barco... seguramente una vida más entretenida que la que le pude haber dado yo, porque si algún día me llama la puerta de casa, juro que lo parto en dos!. Ja ja ja.


Ya, ya ser que es otra foto del mar, pero coño,
uno no va en velero todos los dias!

Por la noche, lamentándonos de haber perdido un día en Ibiza, salimos hacia allá, pero también muy tarde. Tratar de dormir en el barco, es complicado, ya no por el meneito, sino por el terrible y ensordecedor ruido del motor, que queda justo en medio de dos de los camarotes. Por suerte unos tapones para los oídos hacen el papel y me despierto a escasas tres horas de Ibiza. Los quintos de cerveza caían sin cesar, por fin veíamos tierra, tierra lejos de Denia claro. Comemos en la isla de Conejera, sólo accesible en barco, buceamos y nos encontramos las primeras medusas, pequeñitas, pero matonas. De hecho, o alguna me picó, o desde luego algo me picó en la pierna, porque me salieron unas ronchas que picaban como un demonio.



No podíamos perder la oportunidad de fotografiar a
uno de esos moluscos que tan habituales eran por allí

Por la noche alcanzamos San Antonio. Cogimos un taxi y a Ibiza. Más o menos, como Benidorm pero bajando la media de edad unos 60 años. Tías ultra buenas, y los tíos, déjatelos ir... el más feo, parecía un modelo retirado, con lo cual nosotros de repente nos hicimos transparentes. Después de un pequeño percance con la policía, al parecer acabamos en un barrio no demasiado legal, continuamos hacia la zona de fiesta. Nos metimos en una discoteca cerca de la conocida Pachá. De arriba a abajo hasta las tantas y vuelta al barco.

Al día siguiente, Formentera. Un super divertido y entretenido viaje de unas tres horas hasta la isla. Cervezas, cubatas, risas,... por fin esto parecía un viaje de verdad. Lo mejor, el comentario del ya bautizado capitán Memo, al pasar un mega barco de narices cerca de nosotros: "cuánto puede valer ese trasto?”. Respuesta del capitán: "unos 20 mil millones". Inquirimos: "de pesetas o de euros?". Respuesta: "lo mismo da". En este punto del viaje, el capital ya había perdido bastante credibilidad, pero esto era demasiado.


Esta es la típica foto de "Va coño, ponte ahi que ya veras que guay..."

Fondeamos por fin en Formentera. Un bañito en pelotas y a la marcha. Cenamos en un restaurante cercano y acabamos de fiesta en un pueblo a pocos kilómetros. Al parecer ese día se celebraba la "independencia" de Formentera, o algo así. Fundamentalistas disfrazados de pseudo-punky escuchaban las palabras de un pseudo político e increíblemente durante la arenga no nos sirvieron copas. Por suerte sólo duró unos minutos. A partir de ahí, desmadre. Los emborrachamos a gusto, no reímos, hicimos el animal, en definitiva, felices en nuestro entorno y en tierra firme!. Vuelta a altas horas de la noche. No recuerdo si fue esa misma noche o la siguiente que visitamos un pueblo colonizado por italianos e italianas que hacían ensombrecer cualquier atisbo de que cualquiera de nosotros iba a hacer algo parecido al ligar. Todas ellas y todos ellos eran prácticamente modelos de pasarela, me sentí como una maceta en Cibeles, es decir desapercibido, transparente, inocuo, vacuo. Vamos, que si no hubiéramos ido, nadie se hubiera dado cuenta. Entre tanto cuerpo escultural, tallado tras largas horas de gimnasio, dietas esenciales y aceites ornamentales, nosotros, llenos de sal, con las bambas, sudando y soltando improperios en perfecto castellano (qué más daba), no hacíamos más que mostrar el complemento castizo y bárbaro de aquel entorno tan selecto.

Al día siguiente alquilamos unas motos, a los pocos kilómetros de salir para dar una vuelta por la isla,1 de ellas murió... totalmente lógico viendo el trato que se les daba a las pobres. En fin, fuimos de punta a punta, vimos playas para alucinar, nadamos en ellas y disfrutamos de un entorno impresionante. También alquilamos motos al día siguiente, esta vez con un poco más de cabeza, porque nos dio tiempo a bucear por un espectacular acantilado, visitar a gusto la playa de les Illetes, e incluso acercarnos al Blue Bar para tomarnos unas copas. Había que volver a dejar las motos, así que volvimos al barco, no recuerdo dónde cenamos ni dónde fuimos luego (desventajas de tener una memoria de pez y no haber escrito esto antes).

El último día tuvimos oportunidad de caminar por toda la isla, hasta llegar a la zona de la ciénaga, no sin antes pasar a través de unos 100 m donde había agua a ambas partes, la isla se terminaba, pero seguía más adelante. El agua llegaba hasta el cuello, pero sin marea era transitable. Al final sólo llevamos cuatro al increíble lodazal donde la pestilencia nos tiraba de espaldas. Pero ya habíamos caminado todo el día para llegar allí, había que meterse, había que hacer algo. Allí que nos metemos y el olor se hace todavía más profundo. No sabemos ni dónde pisamos, parecen piedras. Imagínate meter todo tu cuerpo en un barril lleno de vomitado de tus amigos, o peor aún de gente que ni conoces, imagínate que con el tiempo ha cogido un color gris y encima no sabes qué clase de animal puede habitar allí. Pues bien, se supone que esa especie de barro es bueno para la salud si se deja secar en la piel, cosa que no hicimos porque nos fuimos corriendo al agua del mar a quitarnos tan horrendo y pestilente brebaje. Unos largos hacia el barco fondeado y camino de Valencia.


Instantes antes de devorar el Bogavante gigante
que nos sirvieron en forma de caldereta... exquisito.

La despedida de Formentera, es decir, como la isla nos quiso decir algo así como "no volváis" fue cuando el capitán dijo “nos vamos” y acto seguido empezó a tronar y a llover como si fuera el último día la tierra. Total, retrasamos la salida y por tanto la llegada a Valencia, a Denia.

En definitiva, la experiencia ha sido muy buena, las incomodidades, muy grandes. Pero al menos hemos ido seis amigos y no nos hemos matado entre nosotros, que ya es decir, porque no os podéis imaginar lo pequeño que puede llegar a hacerse el barco, lo mal que puede oler un water que no se limpia en una semana y los cubatas que se pueden llegar a tomar. Como experiencia escatológica destacable, cagar en el mar estando en pelotas ha sido todo un logro. Antes de llamarnos guarros,un momento. Resultó ser que había unos peces, denominados "dobladas", es una especie de ratas del mar, es decir, se lo comen todo. Cuando digo todo, es todo. Después de aprender a evacuar en el mar (hacerlo en el water ya era una prueba demasiado dura para nuestra pituitaria), veías como tu regalo marino era devorado y descuartizado por las dobladas a escasos metros de donde lo habías dejado. Sorprendente, e inquietante!.

Si algún día repetimos, que no se descarta, desde luego será en un catamarán o algo un poco más cómodo y amplio, y sabiendo lo que ya sabemos del mar, Ibiza y de Formentera, la cosa sería espectacular, seguro que si. Aunque me temo, que el próximo viaje, habrá que llevar sillitas para bebés y en vez de cubatas de Ginebra, iremos a base de agua mineral sin gas... si es que ya nos hacemos viejos, je je je.

Y aquí la crónica del mismo viaje escrita por el Morgan.